Cuando parece que estamos llegando al ocaso de este año, porque ya los días que hemos recorrido son más que los que nos faltan por caminar, sentimos la brisa suave y el perfume de los lapachos que comienzan a nacer. Estos singulares mástiles de la naturaleza no sólo que anuncian la llegada de Septiembre y anticipan la primavera, que llega con los clásicos “achís” y “achús” de la temporada, sino que también preludian al Milagro. Y no es casual que Aquel que creó y ordenó el universo haya querido que casi al final del año tuviéramos un tiempo de especial gozo, y es que para los salteños el Milagro es una especie de Año Nuevo, porque nosotros contamos el tiempo de Septiembre a Septiembre, de Milagro a Milagro.
Y en todo crepúsculo, los rayos del sol irradian desde un punto único del cielo, será por eso que a estos rayos se
los conoce como los dedos del Creador. Son una especie de escalera que nos llevan a un lugar en donde encontramos paz y felicidad, y es precisamente por eso que en este tiempo nos sentimos peregrinos que, vencen distancias movidos por una dulce demanda, compartimos un mismo caminar y en el andar nos ayudamos los unos a los otros y con cada paso surcamos la huella de la fe que año a año se renueva.
Respiramos un aire diferente y especial porque estamos seguros que una campana nos aleja de aquel olvido que duró cien años y también esa misma campana, que a veces juega con las palomas, nos recuerda la dicha de saber que en 1582 vino desde lejos un Señor a buscar el amor de este pueblo.
Mario Alfredo Capalbi