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Recuerdo de la infancia: Los Bollitos

Uno tiende a asociar la condición de perdurabilidad con elementos materiales de la vida cotidiana. Y lo primero que se me viene a la mente es el aroma y el perfume del pan casero recién salido del horno, dorado por el calor familiar.

Que recuerdo más sabroso de la infancia es el de la fiesta del pan, que se organizaba, cuando la madre anunciaba que iba a amasar, que iba a hacer bollitos. Ella misma ya había buscado la harina y el chicharrón y nosotros nos encargábamos de buscar la leña. Después del medio día comenzaba la amasada.

En la vieja galería o en el patio familiar ponían una mesa grande y ahí, en medio de la harina blanquita, la madre hacía un hoyo y comenzaba su faena: amase y amase nomás.

En tanto, el Tata ya había prendido el horno, que echaba unas largas llamaradas por sus bocas, que a veces parecían carcajadas del infierno. Cuando ya estaba caliente, lo barrían con una improvisada escoba de pichana amarga, mientras que los bollos recién amasados, esperaban en un tendido blanco la hora de la horneada. Con asombrosa velocidad, iban saliendo los bollos de las manos maternas que manejaban el oflador con admirable destreza. Nosotros estábamos dando vueltas a la mesa, mirando y mirando nomás.

De pronto, no podíamos más y pedíamos: Mamita deme un pedacito de masa para hacer un muñequito.

Y ya estamos haciendo algún animalito o un muñeco que era el primero en entrar al horno y era el primer pancito que íbamos a saborear golosos y felices. Y ya también entraban los bollos al horno, y ya también,toda la casa se llenaba de un leve y grato aroma, el aroma hermoso y perdurable del pan casero.

Mario Alfredo Capalbi

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