Ayer, el romerismo fue aliado del menemismo y hoy, lo es del massismo. El senador Juan Carlos Romero es un político coherente ideológicamente, no así muchos de los dirigentes que lo acompañan. El senador es un neoliberal conservador avant la lettre y ello explica su pensamiento único y su proyección en lo políticamente correcto.
El “consenso” que el romerismo auspicia no puede servir como fundamento de la legitimidad política de la democracia porque es el resultado de un acuerdo de poderes hegemónicos en la sociedad.
El manifiesto del Hotel Alejandro I pretende regresar a una “democracia acuerdista”, de pactos o logias, que se caracteriza por tomar decisiones antes de la deliberación. Esto es, transformar la deliberación de las partes en un simulacro pour la galerie.
Y es que el “consenso” romerista / massista es una cuestión estética, para lucir antes que para ejercer, más relacionado con la forma de comunicarse que con el fondo de las decisiones. Desde luego, el consenso es más fácil de practicar desde la oposición que desde el Gobierno, en la medida que gobernar implica tomar decisiones que inevitablemente generan ganadores y perdedores.
En la vulgata de moda, el consenso es la ilusión de que el conflicto político puede resolverse sin que nadie pierda. En su libro “En torno a lo político”, la politóloga Chantal Mouffe cuestiona las visiones que sostienen que en una sociedad democrática y a través del diálogo, es posible lograr el consenso y evitar el conflicto.
Para Mouffe, esta perspectiva pospolítica es no solo falsa, sino también peligrosa, en la medida en que pretende neutralizar la disputa por alternativas. ”El enfoque consensual, en lugar de crear las condiciones para lograr una sociedad reconciliada, conduce a la emergencia de antagonismos que una perspectiva agonista, al proporcionar a aquellos conflictos una forma legítima de expresión, habría logrado evitar”.
La historia se repite: hace un año atrás en Mercedes (Buenos Aires) el Intendente Carlos Selva en presencia de su actual jefe político Sergio Massa y con su complacencia, descolgó un cuadro en donde se lo veía con el ex presidente Néstor Kirchner. Según cuenta Santiago O’Donnell en su libro “Los cables de Wkileaks sobre la Argentina”, siendo jefe de gabinete, Massa se quejaba del ex presidente ante la Embajada Norteamericana, llamándolo “psicópata” y “cobarde”,cuya actitud de matón en la política escondía una profunda sensación de inseguridad e inferioridad.
Para Massa el ex presidente era “un torpe convencido de su propia brillantez, que continuaría cometiendo errores y que no era un genio perverso, “sólo un perverso”.
Ni el felino de Tigre ni el Intendentemercedino conocen la lealtad.
Tampoco la conocía Menem cuando en 1988 se puso el poncho, se dejó crecer las patillas y – emulando arteramente al verdadero Tigre de los Llanos – recorría el país prometiendo el salariazo y la revolución productiva, mientras aceitaba sus vínculos con el establishment nacional y extranjero.
Llegado al gobierno, Menem transparentó su alianza con la multinacional Bunge Born y nombró ministro de Economía a Miguel Roig primero y a Néstor Rapanelli después, dos encumbrados ejecutivos de esa organización empresaria.
El riojano ganó las elecciones con un discurso nacional y popular, mientras mantenía “relaciones carnales” con el sistema imperial-bélico y comunicacional que representa EEUU.
Durante su campaña ya había acordado avanzar en la revolución conservadora, que luego implicó un programa de corte neoliberal, incluyendo la venta a “precio vil” de los activos del Estado a las multinacionales europeas y la entrega total de los nichos económicos a compañías estadounidenses, en sintonía con el Consenso de Washington.
Casi un cuarto de siglo después, Sergio Massa sigue el mismo camino. Desde una fachada “justicialista”, despliega un lenguaje gestual atractivo para las capas medias, históricamente alérgicas al peronismo, invocando el sonsonete de habilitar un “consenso” claudicante frente al poder extranjero, enarbolando oxímorones económicos como aumentar jubilaciones y bajar retenciones, e identificando la inserción en el mundo con la subordinación a EEUU, mientras transita todos los estereotipos de un pretendido sentido común.
Mientras tanto envía señales claras al poder económico de que piensa seguir un camino inversamente proporcional a los intereses populares. Ante la Asociación de Bancos de Argentina - entidad que agrupa a las grandes entidades financieras de capital extranjero- en Julio del 2013 se comprometió a no continuar con un modelo económico inclusivo. El reaseguro de Massa a la banca foránea es el acompañamiento de Martín Redrado, un hombre que durante su gestión en el Banco Central, defendió denodadamente los intereses de las finanzas extranjeras en el organismo.
Los contactos de Massa con el ruralismo tienen puntales más claros. El alcalde del algoritmo mantiene una añeja relación amistosa con Dolores Alberdi, esposa de Hugo Biolcatti, ex presidente de la Sociedad Rural y fundador de la célebre Mesa de Enlace, que en reiteradas oportunidades comprometió su respaldo a cambio de la eliminación de las retenciones agropecuarias, una de las herramientas tributarias claves para mantener algunas políticas redistributivas, como la A.I.H. o la movilidad de los haberes jubilatorios.
Por su parte el titular de la UATRE (Unión Argentina de Trabajadores Rurales) Gerónimo “Momo” Venegas, un hombre del sindicalismo que consolidó sus vínculos económicos con la patronal agropecuaria, acompaña a Massa a todos los actos a cambio que le devuelva el control de la caja del Registro Nacional de Trabajadores Rurales y Empleadores, que el kirchnerismo le quitó por la dudosa utilización que hizo el “Momo” del dinero que recaudaba por los aportes.
Tampoco sorprende que Massa pretenda volver a los mercados de endeudamiento para refinanciar eternamente la deuda. Por más que lo niegue, el desendeudamiento alienta un paradigma económico superador de sus soluciones neoliberales, y con mejores resultados, aún en sus falencias transitorias.
Con respecto al “Programa de ordenamiento de la deuda pública” que se debate en el Congreso Nacional, el Massismo intento diferenciarse del proyecto oficial, pero no alcanzó a explicar por qué su propuesta es mejor. Es más, el oficialismo desechó su ofrecimiento de Nueva York como sede de pago ya que es la jurisdicción donde actualmente hay problemas judiciales. También se descartó su proposición de hacer una mejor oferta a los fondos buitres, porque abre la posibilidad de que los bonistas reestructurados consideren que se está violando la cláusula RUFO.
Este mosaico conservador y neoliberal de distintas “voluntades económicas y gremiales” apunta irremediablemente hacia un giro de corte neoliberal que implicará, en los hechos, una pérdida de derecho de aquellos que no tienen voz, ni poder de lobby. Como ocurrió con Carlos Menem, algunos sectores están embelesados por los artilugios de imagen que Sergio Massa despliega en los teatros mediáticos que le ofrecen el Grupo Clarín y La Nación. No olvidemos que Massa fue el articulador de la campaña difamatoria político-mediática de la reforma integral del Código Penal. A nadie sorprende a esta altura una alianza neoliberal- conservadora del romerismo/olmedismo y el massismo.
¿Cuál es la diferencia con el Menem que bailaba con la odalisca mientras el país bailaba con la más fea? Ninguna. Siguen abogando por una Argentina que tiene inexorable destino de museo. Hacen de la “mano invisible del mercado”, una metáfora rebuscada para decir “queremos volver a los 90”.
Mientras tanto, hay en la actitud política del kirchnerismo, una oferta permanente de cambio de reglas en todos los órdenes que se vuelve atmósfera irrespirable para los defensores de los viejos paradigmas.
Si pudiéramos viajar hacia el futuro- aunque los representantes de la infamia y sus replicantes, digan otra cosa - este tiempo que nos toca vivir sería un cuadro iluminado por esperanzas.
Nicolás R. Juárez Campos
Salta, 4 de Setiembre de 2014