Convivir con la tristeza: Columna sobre lo sucedido en la provincia de Córdoba

04/12/2013

Acercamos una columna redactada por el periodista Gabriel Kalenberg de la provincia de Córdoba tras los sucesos lamentables vividos en toda una provincia.

Diembre 2013- Cordoba.- Hay muchísimas cosas en la vida que permiten una vuelta atrás. Incluso algunas gravísimas. Pero lo que pasó en Córdoba no es una de ellas.

La ciudad toda, casi sin excepción, sufrió los más terribles hechos de vandalismo que se recuerden jamás en la historia de Córdoba. Ni siquiera en el colapso nacional de diciembre de 2001 se vieron imágenes como las que anoche nos quemaron las retinas… con un fuego que ni las lágrimas pudieron apagar.

Con la ausencia del 95% de la fuerza policial (partícipes de una protesta que, personalmente, considero justa y necesaria aunque sus consecuencias hayan sido atroces), las calles de la que alguna vez fuera conocida como “La Docta” se vistieron de lejano oeste… y los forajidos cambiaron el sombrero por la gorra, a los caballos por motos, y a las armas por… más armas.

No fueron sólo las grandes cadenas de superficies comerciales las víctimas del “saqueo” (me reservo durante unos instantes la posibilidad de utilizar ese término), lo que no significa que por ser tales estuviera justificado el ataque. Pero en la oleada cayeron víctimas también, sin distinciones de ningún tipo, comercios familiares levantados a pulmón y –a diferencia de los anteriores- que tienen ínfimas posibilidades de volver a levantarse.

La zona de avenida Fuerza Aérea (“la ruta 20”), que es mi lugar en el mundo desde que nací, fue devastada de punta a punta. Sin excepciones. Sin piedad. Sin ningún tipo de indulgencia. A su paso las hordas acabaron con cuanto encontraron. Pero eso sí: muchos alimentos quedaron en las góndolas.

Desde que tengo uso de razón, un par de veces vi a esa nube de langostas arrasar con todo: en 1989 y en 2001. Creo que no necesito contextualizar las fechas. Pero en ninguno de esos casos vi una necesidad tan grande como ahora de desterrar la palabra “saqueo” para referirnos lisa y llanamente al ROBO.

Usted póngale el nombre del local de su barrio y elija el ramo al que se dedicaba. Da igual. Indumentaria, electrónica, celulares, bebidas alcohólicas. Hasta vi a una mujer correr llevándose un muy moderno y nuevo cochecito de bebé. Todo desapareció. Pero eso sí: muchos alimentos quedaron en las góndolas.

No fue el hambre lo que movilizó estos robos. No fue ni siquiera la miseria ni la necesidad. Contra la síntesis propia y contundente de la sabiduría popular no se puede: en Córdoba, desde el anochecer del 3 de diciembre, “la ocasión hizo al ladrón”.

Al principio, cuando la única pista era la pobre información que nuestros oídos nos brindaban para saber “de donde venían los tiros”, todos mentalmente trazábamos imaginarios identikits de los que llevaban a cabo esos robos. Pero entonces llegaron las imágenes y desaparecieron todas las señas particulares y cualquier retrato hablado se convirtió en un espejo.

Porque sumergidos –por propia voluntad- en la ola gigante del “todo vale”, fueron muchísimas la “personas comunes” que se sumaron al ataque. Personas que no sólo no tenían hambre (como la inmensa mayoría no lo tenía), sino que ni siquiera tenían necesidad de esas cosas que se llevaban de los comercios. Claro: a no ser que la renovación del celular o LCD o la última camiseta del Barça cuenten como necesidad.

Y es en ese punto donde siento que se hunde el piso bajo mis pies. Porque a la impúdica demostración de organización para el atraco que mostraron los profesionales del delito, se sumó la pavorosa realidad de ver cómo gente, que dentro de un estado de derecho sería incapaz de quedarse con un cospel ajeno, aprovechaba el descontrol para… ¿para qué?

Mañana volverán a sus trabajos. A sus oficinas, a las fábricas que le consumen sus horas semanales, y a los comercios donde atienden y donde –con su mejor cara de poker- hablarán de la noche de hoy. “Qué locura, doñita, qué locura”.

Todos ellos. Los profesionales del delito y los otros (¿se les podrá llamar “amateurs del delito”?), mañana volverán a compartir con nosotros el colectivo urbano, la cola del cine, la sala de espera de un hospital… la ciudad, el barrio, la calle, la cuadra, la vereda. El aire que respiramos.

Hay muchísimas cosas en la vida que permiten una vuelta atrás. Esta no es una de ellas. No habrá una vuelta atrás en el anochecer cordobés del 3 de diciembre. Ni de la insomne madrugada en vilo (y de guardia) del 4 de diciembre. No la habrá.

A partir de hoy, tendremos que aprender a convivir con la tristeza de saber que –en efecto- la ocasión hace al ladrón.

Aunque quien estas líneas escribe tuvo la ocasión a pocas cuadras… y eligió no tomarla.

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