Las pantallas estuvieron al rojo vivo con la desaparición y posterior muerte de esa niña de once años.
Los medios de noticias transmitieron los hechos en cadena durante varias jornadas, aún cuando no se produjeran noticias relevantes que justificaran el interminable bombardeo de imágenes repetidas.
Nuevamente asistimos a una práctica impuesta por los medios hegemónicos y al despliegue de toda su artillería sobre familiares, amigos, vecinos y funcionarios aunque en este caso se tratara nada menos que de la vida de una niña.
La exacerbación de estos procedimientos televisivos merece una reflexión sobre el uso indebido de la libertad de información como práctica habitual frente a hechos delictivos.
En un contexto en el que la libertad de expresión e información funciona como uno de los mayores logros de la democracia, generando condiciones óptimas para abordar sin censuras ni limitaciones el trabajo periodístico, las corporaciones mediáticas han transformado a esta conquista en un arma que les permite disparar impunemente sobre un público inerme que supone que los medios cumplen con su deber de informar y colaborar en el esclarecimiento y resolución del hecho.
Y estas suposiciones, de racionalidad elemental, son las que utilizan las corporaciones como caballito de batalla para arremeter contra otros derechos constitucionales – como la preservación de la intimidad- y para arrinconar a las instituciones del estado a las que siempre presentarán como responsables de lo ocurrido.
Las cámaras imponen su lógica” informativa” con prácticas que desvirtúan los objetivos que supuestamente persiguen. No sólo se ensañan impunemente con familiares y vecinos de las víctimas sino que se arrogan el derecho de hacer trastabillar a funcionarios judiciales cuando los acorralan para que hablen sobre lo que debería quedar en el estricto marco de la labor investigativa
Amparados en un desnaturalizado derecho a la información los medios hegemónicos han puesto en marcha desde hace unos años un solapado terrorismo ideológico que actúa sobre la sociedad como una perversa telaraña donde todos quedan atrapados. Nadie puede evadir a las cámaras o negarse a hablar ante ellas sin ser tildado de “antidemocrático”; y son muchos los que caen en esa trampa sin percatarse de que eso es lo que les permite avanzar sobre la vida personal e institucional para consolidar su poder.
Durante años se han esmerado en desdibujar las fronteras entre lo que debe y no debe decirse, entre lo público y lo privado. Enarbolando las banderas de la libertad de información se han permitido desmesuras tales como las transmisiones en cadena de hechos dolorosos, priorizando lo que consideran “la información de interés público” sobre cualquier otro tipo de consideración.
El objetivo es tener en vilo a una audiencia cautiva que garantice el rating, y para ello sólo tienen que acosar con las cámaras, enhebrar los hechos como un relato de suspenso que atrape la atención de los espectadores y llenar los vacíos informativos con interpretaciones surgidas al azar, sin rigor profesional, tendientes a incentivar el miedo y la desconfianza.
Por Lilia Jorge para telám